jueves, 15 de noviembre de 2012

RECETA PARA LA SALSA DE TOMATE

La cocina estaba limpia, ordenada, como siempre. Ella vestía cómoda con una especie de pijama de esos que se usan para hacer yoga, el pelo recogido.

Encendió un pequeño equipo de música y eligió la lista de reproducción que más le gustaba. Abrió el frigorífico y cogió dos cebollas medianas y media docena de tomates maduros.

Empezó con las cebollas, con un cuchillo grande y bien afilado comenzó a quitarles las dos primeras capas, el color era precioso de ese blanco un tanto perlado, las partió con un corte certero por la mitad exacta, las apoyó sobre la tabla de madera por la parte plana y comenzó a picarlas con cierta habilidad, no llegaba a la maestría de los cocineros televisivos desde luego, pero, seguramente, debido a su método y el cuidado que ponía en las cosas se desenvolvía bien. Pequeños trocitos que quedaron, de momento esperando en un plato. Cogió tres dientes de ajo, los peló e hizo pequeñas láminas que añadió a la cebolla.

Abrió un cajón y sacó una sartén grande, encendió el fuego, puso aceite de oliva virgen, no sin antes contemplar la botella de vidrio que lo contenía, siempre se fijaba en los colores de todo, ahora ese dorado tirando a verdoso… Cuando el aceite tomó algo de temperatura echó la cebolla y el ajo picados y le puso sal.

En tres canciones estaría a punto, algo transparente y dorada en algunos lados...

Mientras, con un cuchillo pequeño, peló con cuidado los tomates, de un rojo bermellón y los cortó en pequeños dados. Las tres canciones pasaron, el contenido de la sartén ya estaba listo para recibir al tomate, así que lo incorporó y lo removió bien con la cuchara de madera. Ahora se tendría que freír. Fregó los cuchillos, el plato y la tabla de madera que había utilizado y lo dejó escurrir sobre un paño limpio. Volvió a lo que se estaba cocinando, removió de nuevo todo y aplastó un poco los dados de tomate que ya estaban cediendo al calor, “Esto tardará unas cuantas canciones” pensó. Los tiempos de cocina, para ella, se medían así.

Yo estaba allí, pero, como casi siempre, ella no era consciente de mi presencia. Siempre juntas y apenas nos interferíamos… La música sonaba y comenzó a moverse al ritmo, primero de forma casi imperceptible y poco a poco girando y moviéndose, ya no por la cocina, que era pequeña, sino por todo el salón, dando vueltas, pasos de baile, elevando los brazos, pegando pequeños golpes de cadera al aire y mirando de forma sugerente a esa pareja inexistente de baile…

De tanto en tanto se acercaba al mostrador que separaba la cocina de donde ella estaba y miraba la comida, todo iba bien.

A las cinco canciones pensó que era el momento de poner el toque mágico de su salsa, así que volvió a la cocina, removió, los ingredientes ya estaban prácticamente deshechos, los aplastó un poco más con la cuchara de madera, el color rojo vivo del principio se había convertido en una especie de carmín, más oscuro, más intenso. Cogió un tarro de cristal que contenía orégano, ese era el truco, le echó un puñadito y volvió a remover. Se acercó un poco a la sartén e inspiró cerrando los ojos… “Tal vez le falta un poco de sal” pensó sólo con olerlo, cogió un poco con la cuchara, sopló levemente y cerrando de nuevo los ojos acercó los labios, más que probarla, besó la salsa. Cada cosa que hacía tenía que ser así: “El amor, el cariño que pones en las cosas lo recibe luego el que las disfruta” solía decir.

Efectivamente, faltaba sal. Le echó un poco y pensó que cinco canciones más y ya estaría listo. Cinco canciones más... sonrió, que buena oportunidad para seguir bailando... “Baila, baila, baila como si nadie te estuviera viendo”

Nota al pie de página: Mientras ella baila, te diré que la salsa estará lista en unos quince minutos más, yo lo dejaría veinte, me gusta que quede concentrada, de sabor intenso.

Si no te gusta encontrar trocitos pásalo por el pasapuré, ni a ella ni a mi nos importa encontrarnos pequeños tropezones, por tanto, por nuestra parte, pasado ese tiempo estará lista para consumir.


miércoles, 24 de octubre de 2012

MOMENTOS ANARANJADOS

- ¿Sabes? Hoy hemos disfrutado de una tarde, como lo diría yo, ¿anaranjada?... Si, tal vez sea el color adecuado para la tarde de este día que empezó un poco marrón… - me lo cuenta sonriendo y con el sonido futbolero de la radio de fondo - ¿Crees que le apetecerá que siga con este rollo de los colores?, tal vez le parezca una tontería…

- Yo creo que no le importará, más bien al contrario, al hablar de los colores, en cierto modo, hablas de ti, y, al parecer, le gusta.

Me miró sonriendo, asintió, se sentó delante del escritorio y se puso a teclear.

“El color naranja es, junto con el rojo, mi preferido, cuando te hablé del azul, tu color, te dije que eran complementarios, ¿curioso no?

Te lo voy a intentar explicar y espero no hacerme pesada: hay tres colores primarios el rojo, el amarillo y el azul… de la mezcla de estos colores surgen los secundarios que son el naranja (rojo con amarillo), el verde (amarillo con azul) y el violeta (azul con rojo). Por tanto, si tomamos el azul, el color resultante de los otros dos primarios (el rojo y el amarillo) es su complementario. ¿Me he explicado?

Bueno, tampoco tiene mucha importancia, pero me resulta curioso, como que al mezclar mi rojo y tu azul salga el morado de tu corbata.

El naranja es un color muy cálido, estimulante, en decoración se recomienda utilizarlo en las zonas de estar porque favorece la conversación y el sentido del humor…”

Deja de escribir, recuerda la tarde cálida que han pasado, se ha sentido tan bien a su lado, escuchando la misma música, oyéndole hablar, reír, silbar,… es fantástico, estimulante, acogedor, da “calorcito” como el anaranjado.

“Cuando, en verano, me siento en la arena de la playa, al caer la tarde, a solas, me gusta mirar “la raya del final”, el horizonte y ver ese sol naranja rojizo que tiñe el cielo de ese mismo color, de nuevo el azul del cielo y del mar rodeando al naranja. Me parece que Dios no ha podido crear algo más hermoso que eso.

Lo miro atentamente, aprovecho para relajarme, para escuchar el mar, no hay mucha gente a esas horas y la que hay no mete ruido. Respiro profundo y es, créeme, uno de los momentos más mágicos y más placenteros que puedo vivir.

Para descansar la vista me suelo tumbar en la arena boca arriba y cierro los ojos y rememoro lo visto, lo vuelvo a dibujar en la mente; el contacto de la arena, tan fina, me gusta y no me importa que se me mezcle con el pelo, ¡qué más da! ¿hay algo mejor que esa sensación?

Me incorporo un poco, me apoyo sobre los codos y vuelvo a mirar al fondo, a lo lejos, el sol es ya sólo media circunferencia, y el naranja se intensifica. Suelo recordar otro atardecer que viví hace mucho tiempo sentada, en buena compañía, en un banco de los Jardines del Templo de Debod, también cálido, también bonito, también inolvidable…

El sol apenas se ve ya, ahora es toda una línea anaranjada lo que divide el cielo y el mar que ya son casi del mismo azul oscuro. Y siempre pienso lo mismo, esa visión invita al abrazo, a cogerse de la mano, a escuchar música suave, a bailar, a tomar un ron añejo, a charlar, a volverse a abrazar, a besar y a vivir el momento más cálido, más estimulante y más naranja que puedas…”

Deja de escribir, se ha hecho tarde, tiene algo de sueño y quiere irse a dormir, quiere cerrar los ojos y, como en la playa, rememorar y redibujar momentos naranjas.


Mi playa
Fotografía
Marian G.B.

jueves, 20 de septiembre de 2012

DULCE NOSTALGIA

Esta mañana una cartera ha llamado a mi puerta, no podía imaginar que el paquete que me ha entregado iba a despertar en mi tantas sensaciones...

Las cosas más sencillas pueden resultar importantes, trascendentes, únicas y, por tanto, muy valiosas.

El primer golpe de nostalgia ha sido cuando he abierto el sobre y he visto escrito en el paquete que contenía, en letras azules “Carajillos del Profesor”, una sonrisa se me dibujado en la cara:

- Dios mío!!! que delicia... - Y, en ese momento, una mesa de madera con un plato en el centro con estos pequeños bocados maravillosos y unas tazas de café con leche, se han venido a mi mente, también un olor a campo, una sensación de fresquito agradable que está mitigado por un jersey naranja que yo llevaba puesto en aquellos momentos. Sí, en Salas, Asturias... Hace muchos años.

A los pocos minutos ha llegado la segunda oleada de nostalgia, a través del olor. Ha sido abrir esa bolsa y un aroma a avellana muy dulce me ha traído a la cabeza y, también al corazón, una mirada verde, verde como esos paisajes asturianos, una mirada sincera, una mirada vital y alegre aunque con un toque melancólico. Un mirada casi olvidada pero única.

El tercer instante de nostalgia me ha llegado cuando he cogido uno de estos dulces y lo he mordido, el sabor... Levemente crujiente al principio y tierno y suave, después. Entonces ha sido cuando he recordado, casi he sentido un aroma especial y la suavidad de unas manos, unas manos que agarraban las mías y que,  sentí que apretaban un poco más fuerte ante Santa María del Naranco.

Amiga, gracias. No imaginas lo valioso que ha resultado tu detalle. Muchas imágenes, muchos recuerdos, muchas sensaciones mordisco a mordisco, un sencillo regalo cargado de dulce nostalgia...


viernes, 29 de junio de 2012

OLIENDO EL COLOR DE TU VOZ...

Él se fue y ella se quedó un rato más. No pensaba hacerlo, ya era tarde, pero recuerda algo, algo que él le ha dicho: “Me he vestido así porque sabía que nos íbamos a ver” 

Ella se quedó helada, no daba crédito... ¿Era presunción? Es posible... Le escuchaba, su voz acaricia y es fresca. Le miró, su camisa, blanca, impoluta y la corbata... color púrpura, morado o violeta oscuro.

Después de esta evocación, se pone a escribir...

“El morado o violeta es un color parecido, igual, al de la flor que le da su nombre, es un color secundario, como el verde y el naranja, y se consigue mezclando el rojo y el azul, por eso tiene tantos matices, que van desde el malva, casi blanco de los cielos en verano hasta el morado oscuro de los hematomas que producen algunos golpes.”

Levanta la vista. Para ella es el color de las amatistas, su piedra preferida; existe una historia preciosa sobre esta gema: Parece ser que el dios griego del vino y de la vida desenfrenada, Dionisos, se enamoró perdidamente de una doncella bellísima llamada Amethystos que deseaba permanecer casta y pura por siempre. Dionisos, sin embargo, obsesionado por la belleza de la muchacha no hacía otra cosa más que perseguirla y asediarla. Para ayudar a la joven, los dioses acudieron a ella y la convirtieron en una roca de color blanco como su pureza, Dionisos, vencido y desesperado por la pérdida de su amada, tomó su vino que era su bien más preciado y lo vertió sobre la roca, de forma que esta quedó teñida de púrpura por siempre jamás. Por eso se llama así a esa piedra: amatista igual que la joven Amethystos.

"La flor de lavanda tiene también ese color, y en primavera es una delicia ver los campos así, plagados de este arbusto aromático... aromático... huele bien, a fresco, a limpio, a salud, es una gozada para los sentidos de la vista, del olfato y del tacto... sí, también del tacto porque las flores de lavanda son suaves como tus manos...”

Deja de escribir, recuerda sus manos, las observó el primer día, siempre se fija en las manos de las personas, “son preciosas” pensó, hoy también ha estado mirándolas, “son suaves” eso ha pensado hoy, así, sin tocarlas... Ella tiene esa extraña ¿habilidad? de mezclar las percepciones de los sentidos. Ve un bebé y sin acercarse dice “¡que bien huele!”, oye una música y le sabe a ron añejo, o a menta, o a limón, hoy ha visto esas manos y las ha sentido suaves, ella es así, a estas alturas es difícil cambiarla.

De pronto, cierra los ojos y se ve a sí misma en medio de un campo morado de lavanda, tumbada, relajada, escuchando el silencio del color y mirando el olor fresco de la planta.

Continúa escribiendo: “Tirando a violáceo es también el horizonte de los campos castellanos, nunca he sabido por qué se da este fenómeno, pero es así. Será la luz, será que en los campos de Castilla predomina el amarillo y el ocre y como estos son los colores contrarios del violeta... no sé, tal vez sea eso, no sé pero si miras hacia el horizonte en esas tierras, todo se inclina hacia ese color. El color morado, violeta, púrpura, dicen que es el color de la reflexión, que es un color místico que invita a la meditación, eso me dijeron mis primeros maestros de yoga y relajación...”

Se interrumpió de nuevo, estaba sonando la música que solía acompañarla en los últimos días, apoyó la cabeza en el respaldo, cerró los ojos, imaginó el color de su corbata, sintió el olor a lavanda y recordó lo suaves que, seguramente, eran sus manos...


jueves, 14 de junio de 2012

LA LLAVE

Cerró el puño dentro del bolsillo de su gabardina, los dientes de la llave le dañaban la mano pero no le producían tanto dolor como lo que tenía dentro de su cabeza, eso era lo peor. Estaba mirando hacia abajo, con la mirada fija en sus zapatos, cerró los ojos apretando intensamente los párpados como si con ese gesto pudiera borrar todo lo que se escondía detrás.

Ahí estaba de nuevo, delante de la puerta con esa letra C encima, en el rellano del tercer piso, sólo tenía que introducir la llave y girarla, abrir esa maldita puerta de una vez.

Pero ahora no, ahora estaba viendo una cara: el rostro de su mujer, que le está mirando desde arriba, sentada sobre él, sobre su vientre, piel con piel… y él mirándola a los ojos, sumergiéndose en ellos y ese precisamente es uno de esos momentos donde él percibe claramente una cosa: ama a esta mujer, más que a nadie, más que a nada en este mundo.

Pero, de repente… ¡Click! la luz se ha apagado, sigue con los ojos cerrados pero sabe que no hay luz en ese rellano, que está a oscuras pero no le preocupa, sigue viendo sus ojos, su sonrisa, su pelo, su pecho, su cuerpo sobre él y eso es lo único que realmente le importa. Pero… un momento… ¡no es él!

- No es mi cara, no es mi cuerpo. Ella no me mira a mi, no me besa a mi, no son mis manos las que están en sus caderas ¡No soy yo! ¡No estoy ahí!

Suelta con violencia la mano izquierda, el puño cerrado contra el interruptor, la luz se enciende de nuevo, abre los ojos, lentamente levanta la vista y mira a la puerta, esa puerta. Vuelve a apretar el puño derecho, dentro del bolsillo, la llave sigue ahí.

- ¿Qué vas a hacer? – se dice - ¿volverás a abandonar? ¿te vas a dar media vuelta y volverás a bajar las escaleras, despacio, resignado, como ya lo has hecho otras veces?

Y es que tal vez sea mejor así, sí, tal vez sea mejor, menos dañino al menos, abandonar, volver al despacho como si nada hubiera pasado y, cuando termine su jornada, regresar a casa, a su casa, no a esta casa, abrir la puerta, pero no esta puerta, esta no…

- Volver a mi casa, abrir mi puerta, mi refugio. Saludarla, observarla de espaldas mientras prepara algo para la cena.

Él no sabe llorar, no tiene práctica, pero los ojos le escuecen y se le llenan de lágrimas, cierra los ojos de nuevo, esta vez suavemente y las lágrimas le recorren las mejillas, tal vez esto es lo que llaman llanto, tal vez…

Y se ve a si mismo llegando a casa, abrazando a su mujer por la cintura, de espaldas, y no quiere recordar que últimamente parece que tiene un cinturón de hielo. Y su mujer le mira, pero él no quiere recordar que últimamente la mirada es esquiva. Y se besan pero prefiere no tener en cuenta que últimamente sus labios son de papel.

Prefiere pensar que nada ha cambiado, que todo sigue igual, que cenarán, reirán, charlarán y que él, cansado, abrirá esa cama que ella hace de forma meticulosa, ni un pliegue en la sábana, lisa, perfecta, y que al día siguiente se despertará y se levantará con cierto ánimo porque en la casa ya huele a café recién hecho, se duchará con su gel preferido porque nunca falta, siempre está ahí, para él. Y luego se pondrá una camisa limpia, bien planchada y ella le ajustará el nudo de la corbata y, al despedirse, le dirá al oído: ¿Sabes que te quiero, no? Y él se marchará pensando para si: Si, lo sé, me quieres… ¿no?

- Me quiere, ella me quiere, sí… ¿Me quiere? ¿Sé que me quiere? ¿Lo sé?

¡Click!... vuelve a estar a oscuras, la luz se ha vuelto a apagar. Ya no aprieta el puño, la llave ya no se le clava en la mano, sólo la acaricia porque sigue allí, en el bolsillo, desde aquel día en que hizo la copia y decidió que la usaría, que abriría la puerta, que vería con sus propios ojos, que terminaría con todo aquello, fuese lo que fuese. Lo que no sabía entonces es que le iba a costar tanto esfuerzo, tanto sufrimiento, él que lo tenía siempre todo tan claro.

Ahora la mano izquierda, casi sin fuerza, toca el interruptor, vuelve la luz, aparece de nuevo la puerta y la letra C y el timbre. Pero él tiene llave, él no llamará, él abrirá la puerta.

Saca la mano derecha del bolsillo, ahí está, metálica, brillante. La mira, tal vez no funcione, a veces ocurre con las copias nuevas…

De manera inconsciente mete la llave en la cerradura, entra sin problema, suave, a la primera, sólo tiene que girar, casi sin darse cuenta lo hace, la puerta, la de la letra C, se abre, no hace ruido…


Da un paso, no hay mucha luz, una suave penumbra, no se escucha nada, sólo, tal vez ¿música? Sí, es música, avanza un par de pasos más, esa música… sí, esa canción… “Let's get it on” de Marvin Gaye, pero ¿por qué? Tiene la sensación de que la sangre le ha abandonado, ya no circula por su cuerpo. Tiene calor, mucho calor, está sudando, está llorando… tiene frío, mucho frío, ¿está sudando?, no, está temblando y sí, está llorando…

Ella se acerca, le abraza, besa su cuello, le acaricia y acerca sus labios a su oído: ¿Sabes que te quiero, no? Y él, se tapa con la sábana, que ahora ya no está lisa y sin arrugas y siente la tibieza del cuerpo de ella y se da cuenta de que no es hielo lo que rodea su cintura y que sus labios, esos que le han besado y le han hablado no son de papel y entonces se acurruca a su lado y vuelve a dormirse pensando: Sí, sé que me quieres, ¿no?


miércoles, 6 de junio de 2012

LLUEVE SOBRE MOJADO...

Apuró el último sorbo, casi todo eran los restos de hielo con esas hojitas de menta. Miró a su alrededor, ese bar. Aquél entorno, aunque inhóspito al principio, poco a poco, se había ido convirtiendo, si no en el mejor lugar del mundo, sí, al menos, en un lugar con cierto calor, pero, sobre todo, un lugar, donde a veces, sucedía algo de magia. Pagó al camarero, le saludó con una sonrisa y se dispuso a salir.

A ella no le gusta la lluvia y jamás lleva paraguas, es como si se tratase de un acto de rebeldía ante este hecho.

Aquel día ya chispeaba en su corazón, digamos que era una de esas jornadas de nubes y claros, haciendo que, a veces, viera todo perfecto y otras tantas todo negro. Empezó a llover también por fuera, las nubes se fueron cargando y haciendo grises y, de repente, unas gotas enormes empezaron a caer sin piedad. Puso un gesto de contrariedad, no obstante salió a la calle, se paró y observó a su alrededor, le fascinaba esa escena de comienzo de lluvia: la gente por la calle, atolondrada y precipitadamente, se movía con actitudes casi cómicas... “A estos tampoco les gusta mucho mojarse” pensó esbozando una sonrisa. Se subió el cuello de la cazadora de cuero, como si eso pudiera protegerla de la lluvia, se echó el bolso hacia delante y cruzo los brazos como abrazándose y comenzó a caminar, sin correr.

Cuando llegó al portal se sacudió el exceso de agua de la ropa y del pelo, estaba empapada.

Miró el buzón... Nada. Ella nunca tenía correo, nada que le interesara al menos. Subió las escaleras según su costumbre, de dos en dos, y entro en su estudio.

Hacía calor allí o, tal vez, ella lo sintió por puro contraste con el exterior. Se quitó las botas, dejó el bolso y la cazadora, empapados, encima del mostrador de la cocina y puso agua a calentar, cogió una bolsita de té de Bergamota, ese sobrecito amarillo, y lo puso en una taza de loza blanca junto con dos sacarinas, mientras hervía el agua, se dirigió al baño. Ya no volvería a salir y no esperaba a nadie, no había prisa... Se miró al espejo, el pelo mojado se le pegaba a mechones en la cara, una pequeña marca de rimel le bajaba por el extremo exterior del ojo derecho.

“¡Vaya aspecto!” se dijo para si. Cogió un pañuelo de papel y se secó la cara aprovechando para arreglarse un poco los desperfectos del maquillaje, aunque ya poco importaba... “Así, mejor”

Se fue quitando la ropa poco a poco. Se puso una toalla grande alrededor y salió, de nuevo, al salón, se aseguró de que la puerta estaba bien cerrada y puso la música un poco alta, fue a la pequeña cocina echó el agua caliente en la taza y dio la vuelta al reloj de arena; tres minutos de infusión, nada más... Mientras pasaba el tiempo quedó como hipnotizada moviendo la bolsita dentro de la taza y mirando fijamente como la arena caía, despacio, por el cuello del reloj. Cuando el último grano de arena cayó, ella pareció despertar de una especie de sueño, sacó la bolsa de té, cogió la taza con las dos manos, sintió un escalofrío...

Volvió al baño, abrió el grifo de agua caliente y se metió en la ducha, era lo único que quería hacer ahora: sentir el agua templada desde la cabeza hasta los pies. Elevó un poco la temperatura y la dejó caer por su espalda desde la nuca, así durante un buen rato... Normalmente se duchaba con agua casi fría, pero ese día estaba destemplada por fuera, pero también por dentro.

Después de enjabonarse hizo algo que solía hacer a menudo: se situaba justo debajo del chorro de agua, que sentía caer sobre su cabeza, dejaba los brazos caídos a lo largo del cuerpo con las palmas de las manos hacía delante (una postura de meditación, de pié) e intentaba visualizar como si el agua fuera de color morado y como si eso la cargara de energía. Estuvo así unos minutos, hasta que empezó a sentir demasiado calor, poco a poco bajó la temperatura hasta que la sintió fría, muy fría. Eso le gustaba, se sentía viva, tonificada.

Al cabo de un rato cerró el grifo y salió de la ducha, se puso el albornoz que colgaba en un toallero térmico, por tanto lo sintió calentito. Era una sensación agradable, se rodeó una toalla en la cabeza, cogió la taza de té que ahora estaba templado y salió de nuevo al salón, se acercó al escritorio y encendió el ordenador.

Bebió a pequeños sorbos mientras arrancaba el programa, se inclinó sobre el teclado y escribió en mayúsculas: "LLUEVE SOBRE MOJADO..." Pero no se sentó, inspiró, le gustaba el aroma a bergamota, era como oler su colonia. Se vestiría con ropa cómoda, luego volvería y se sentaría a escribir...

jueves, 24 de mayo de 2012

MALENA

Ha recordado en varias ocasiones las últimas conversaciones que ha tenido con él, y por eso su rostro, o más bien, su gesto se torna a veces sombrío y otras alegre, alternativamente.

Se rodea de sombras cuando recuerda sus miedos, sus inseguridades, su situación actual inestable y desconcertante que impiden que pueda disfrutar el momento, tal y como ella misma se había propuesto, y empieza a enredar la madeja de una forma absolutamente irracional.

Pero, sin embargo, cuando recuerda las conversaciones distendidas, relajadas y cómplices que mantienen en ciertas ocasiones, sonríe y todo le parece delicioso como una onza de chocolate...

Ayer recordó, por ejemplo, uno de esos diálogos que en ocasiones mantienen y que pueden resultar un poco delirantes pero que, en el fondo, le apasionan y, sobre todo, le hacen reír como una niña pequeña.

Estas charlas le resultan además tremendamente atractivas y estimulantes aunque, desgraciadamente, ella no sepa siempre secundarlas, le puede la timidez y el miedo a equivocarse, bueno eso y que, como ya le ha dicho en alguna ocasión: “Usted sabe que no soy nada explícita...”. Aun cuando a ella le encantaría.

Se deja llevar por estos recuerdos y trenzando pensamientos llega a rememorar un pequeño relato que escribió hace bastante tiempo, mucho tiempo. Piensa también que hace bastantes días que no le deja nada en el buzón y que ya le apetece enviarle algo y, quien sabe, quizás a él también le guste recibirlo y leerlo. ¿Qué tal ese pequeño relato?

No se acuerda muy bien, tendría que buscarlo... ¿dónde estará?. Recuerda que  empezaba más o menos así: “A Malena le gusta hacer el amor porque supone una forma completa de comunicación entre personas...”. Lo escribió en voz masculina, hablaba el amante de Malena. Recuerda también que la protagonista de su historia tenía, como ella misma, esa cosa llamada sinestesia que le hacía “oír el color de su voz”.

Se levanta y empieza a rebuscar entre sus cosas, sus cajas, carpetas y lugares olvidados donde casi nunca mira ya. Encuentra unos disquetes de aquellos pequeños que ya no se utilizan, coge uno con etiqueta roja en la que pone “Relatos breves”, sonríe con cierta decepción. Su portátil ni siquiera tiene disquetera. ¡Benditos manuscritos! Piensa que es posible que lo tenga impreso, recuerda una pequeña carpeta donde solía guardar algunos cuentos que escribía, la mayoría de no más de uno o a lo sumo dos folios. A veces esconde tanto sus “secretos” que no los encuentra ni ella misma. Al final lo ve,  algo amarillento el papel, se nota que tiene unos cuantos años. Lo lee y se dice así misma que muchas de las cosas que entonces escribió, seguramente y curiosamente las volvería a escribir hoy mismo, de nuevo, precisamente ahora.

“A Malena le gusta hacer el amor y a mí me gusta Malena...

... a ella le gusta porque piensa y dice que es una forma de comunicación entre personas bellísima, intensa y completa. Sobre todo completa, porque se sirve de todos los sentidos que disfruta el ser humano: La vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto...

... aunque desgraciadamente muchas personas se empeñen sólo en disfrutar de dos o, a lo sumo tres de los sentidos convirtiéndolo en un rutinario acto sexual, puramente animal...

... Ella no sólo disfruta con los cinco sentidos sino con la interacción de los mismos y con las combinaciones entre ellos, mezclando las sensaciones que percibe desde que se acerca a mí, desde el primer instante, desde esa primera mirada, entornada, como queriendo calibrarme...

... así, Malena, además de recorrer mi cuerpo con sus ojos, de saborear mis besos o recibir mis caricias, también puede oler los suspiros, nuestras respiraciones, puede tocar el aroma del deseo...

... y ver la suavidad de nuestro contacto, de las caricias mutuas... esa es la ventaja, su ventaja y mi ventaja, la ventaja que disfrutan nuestros cuerpos...

... Por eso a Malena le gusta hacerme el amor, por eso a mí me gusta Malena”

jueves, 17 de mayo de 2012

BARES, QUÉ LUGARES...

¿La ves? Está al final de la barra, sentada en el taburete, vestida a su estilo: vaqueros, camiseta blanca de algodón y una chaqueta fina de ante color tostado, lleva el pelo recogido en una especie de moño sujeto con una sola pinza y le caen algunos mechones desordenados. El camarero se le acerca con cierto aire paternal, le dice algo, ella sonríe y asiente; al cabo de un rato le trae un vaso grande de esos que se usan para la sidra, lleno de hielos con una hoja de menta en su interior (recuerdo perfectamente el día en que ella le comentó, sin darle importancia, lo refrescante que resultaba introducir una hojita de menta dentro del agua de los hielos, y a los pocos días el camarero la sorprendió con esos cubitos y guiñándole un ojo le dijo: “no se lo diga a nadie ¿eh?, esto es sólo para clientes especiales”), le pone un poco de ginebra, no mucha, una tónica y dos finas rodajas de limón.

Sé lo que está pensando: “Este tipo prepara los gin-tonics como nadie”. Ahora busca en su bolso y saca una pequeña libreta moleskine, un bolígrafo negro y el teléfono móvil y lo deja en la barra. Da un primer sorbo, está frío, muy frío, como a ella le gusta, mira a su alrededor hay poca gente a esas horas, aún es pronto… su mirada continúa vagando hasta llegar al otro extremo de la barra; él todavía no ha llegado. Hace ya algunos días que coinciden prácticamente a la misma hora, “estará a punto de llegar ¿no?” se pregunta a si misma. Se quita la chaqueta y la deja sobre el bolso en el taburete de al lado, coge el bolígrafo, abre la libreta y anota algo, apenas unas líneas.

Se abre la puerta y entra él, mira a distraídamente a todos los lados pero rápidamente a su derecha y la ve, por la espalda, pero la reconoce, sin embargo y pese a lo que pudiera parecer por la intención de su mirada no va a su lado, todo lo contrario, se dirige justo al último taburete, al extremo opuesto de la barra, el camarero se acerca, le saluda y él pide una Coca-cola, se sienta, saca un paquete de tabaco y un encendedor y mira de soslayo a su derecha, la ve escribir en una pequeña libreta, no es la primera vez que observa esa escena. Coge un cigarro y lo enciende, justo en ese momento ella levanta la vista y mira a la izquierda… ha llegado, cruzan rápidamente las miradas, tal vez una pequeña chispa de alegría, pero nada notorio.

Desde ese momento la historia es como casi todas las tardes, ella con el gesto distraído pasa el dedo por el borde del vaso, él fuma de vez en cuando, lentamente, un poco más descarado la mira a través del humo, ella da pequeños sorbos a su bebida y sólo de tanto en tanto gira la vista hacia la izquierda y así, como cada tarde y de forma silenciosa intercambian miradas. Ella ha pensado alguna vez en acercarse, cualquier excusa, para romper el hielo, para ver un poco más cerca esa mirada, su mirada… Un simple: “¿Tiene fuego?”. Sonríe, sus ojos de nuevo se posan sobre el vaso y mueve la cabeza negando. El problema es que no tiene tabaco, ni siquiera es fumadora habitual. Pero ahora también sé lo que piensa: “Me muero por un cigarrillo”.

Sólo quedan los hielos en el vaso, las hojas de menta se van quedando desnudas, los agita un poco y apura lo que queda que, efectivamente, tiene un toque refrescante. Recoge el móvil, la libreta y el bolígrafo y lo mete en el bolso, baja del taburete, se pone la chaqueta, mientras, en el bar está empezando a sonar “Fly me to the moon” en la voz de Sinatra, coge el bolso, sonríe al camarero sin nombre y va despacio hacia la puerta, cuando va a salir gira ligeramente la cabeza hacia la derecha, hacia “aquel” lado de la barra y en su mente sólo una frase, casi una plegaria: Llévame a la luna…


jueves, 10 de mayo de 2012

LA MELANCOLÍA SE VESTIRÍA DE GRIS

Esta semana pasada ha tenido varios días en los que ha sentido una melancolía difícil de explicar, ella misma me ha dicho que no tenía grandes motivos, pero, es cierto que, en ocasiones le ocurre.

- Oye..., contéstame a una cosa ¿si la melancolía fuese una persona, de qué color  se vestiría? – me preguntó como distraída.

- No tengo ni la más remota idea, no me lo había planteado nunca, sinceramente - yo estaba parapetada detrás de un libro y la miré algo perpleja

- Pues yo creo que se vestiría de gris – me lo dijo mientras se envolvía en su amplia chaqueta de lana precisamente de ese color y se queda mirando fijamente el tejido.

- ¿Por eso te has puesto esa vieja chaqueta?

- Estoy un poco destemplada, de todas formas es tan confortable… Me gusta, ya lo sabes

En ese momento salió como de un ensueño y con una voz diferente, más ronca, me dijo:

- Bueno… voy a escribir algo. Algo en gris.

La contemplé mientras se dirigía al escritorio y se preparaba para hacerlo...

“Hoy estoy un poco gris ¿sabes?, un poco gris. ¡Que color! ¿No? 

Resulta de mezclar el negro, de la tinta china que, a veces, llena mi cabeza y el blanco de está página a la que me cuesta tanto enfrentarme…

No creas que es un color que le gusta a mucha gente, ocurre como con el marrón, no tiene muy buena prensa, se habla de días grises cuando son feos, tristes, cuando hace mal tiempo; también se habla de una persona gris cuando nos referimos a una persona mediocre, que puede pasar desapercibida, que lleva una vida sin emociones…

Yo, voy a intentar hacer una defensa del gris, por llevar la contraria, ya sabes…”

Se volvió a abrazar a si misma rodeándose con la vieja chaqueta de punto, le queda enorme, le da casi dos vueltas a su cuerpo… Pero se nota que le resulta confortable, parece tan suave… No he podido regresar a mi lectura, me gusta observarla cuando escribe.

“Mira, si quieres realmente, observar el valor del gris puedes hacer dos cosas: una, relativamente sencilla, coger una fotografía antigua, de las que llamamos en blanco y negro y mirarla a fondo, si la contemplas atentamente acabas viendo tantos, tantísimos matices que podrías perfectamente describir cada detalle de la fotografía, incluso, podrías decir qué colores son los que se esconden detrás de tantos grises, es así, es la capacidad que tenemos los seres humanos de llevar a nuestra vida a color todo aquello que, en principio, es gris.

Otra opción, que nos hace más difícil caer en la “tentación” de traducir a colores, es intentar hacer un dibujo tomando un lapicero negro, de grafito, o bien, un carboncillo y un papel blanco. Dibujar algo e intentar dar todo tipo de matices, luces y sombras, sacar volumen.

Te puedo asegurar que es difícil, he hecho unos cuantos, sobre todo en mis primeros años en la Escuela de arte, hacer dibujos de estatuas o, del natural, cuando llegaban aquellos modelos, muchachos y muchachas que, para ganarse un dinero, venían y posaban para nosotros, con aquellas posturas a veces naturales y, en ocasiones, de escorzos imposibles. Y los alumnos intentando reflejar en un papel blanco y con un simple carboncillo, cada movimiento, cada gesto, cada pliegue de la piel, cada volumen de cada músculo, cada brillo que los focos reflejaban en el pelo de los modelos y todo eso con la gama inmensa de grises que puede conseguirse tan sólo con esos dos instrumentos… ¿No parece increíble? ¿Sabes lo que supone sacar un brillo en el ojo de alguien para dar significado a una mirada? ¿Resaltar un pómulo, hacer viva una sonrisa, dar volumen a un gemelo o a un bíceps, a un pecho, a un glúteo,…? Pues te aseguro que aquellos que lo saben hacer lo consiguen, yo he tenido compañeros que eran auténticos maestros y lo hacían posible, de verdad, lo hacían posible y solo con eso: una escala infinita de grises.

El gris, realmente, es un color muy valioso y, si fuéramos capaces de verlo de este modo, dejaríamos de llamar grises a los días y a las personas que no nos gustan o que no nos resultan atractivos…”

Me lo dio a leer y, después, le pregunté que por qué me había dicho que la melancolía se vestía de gris. Lo que me contestó, me sorprendió, no me lo esperaba:

- La melancolía, amiga, tiene muchos matices, pasa por muchos estados de ánimo, puede estar provocada por muchos motivos o por ninguno en concreto, pero, la melancolía no es ni estrictamente triste, ni anodina, ni siquiera está exenta de emociones, mas bien al contrario… por eso pienso que se vestiría de gris porque este color es muy rico en tonalidades y en grados, como la melancolía, igual que ella…


Horizonte en gris
Técnica mixta sobre lienzo
Marian G.B.


viernes, 4 de mayo de 2012

UN SUEÑO EN EL CAMINO

Aun tengo los ojos cerrados pero siento que algo de luz entra ya por una rendija del techado de la cabaña, hace unos minutos, los primeros ruidos del amanecer de la naturaleza, me han despertado, sin embargo, me resisto a levantarme.

Intento rescatar un extraño sueño que me ha inquietado toda la noche: Una mujer caminaba bajo una fuerte lluvia, llevaba un manto rojo, el rostro estaba mojado y un mechón de pelo oscuro se mantenía pegado a él.

Me revuelvo en mi jergón, la paja está húmeda, tengo los huesos entumecidos, los pies se mantienen envueltos en los trapos empapados en la mezcla que me preparó Aldo antes de salir de viaje, mi viaje definitivo.

La imagen de esa mujer de capa roja no me abandona, hay algo en su imagen que ella me indica que no es de este mundo, al menos no del mundo que yo he conocido. Su capa es brillante y el agua resbala por ella, no le cala, imagino pues, que ella no siente la humedad comiendole los huesos o, tal vez, sí... No lleva ni sandalias ni escarpines como los míos, lleva los pies cubiertos con algo que no reconozco, también de color rojo. Definitivamente no es de este mundo, no es de este tiempo.

Me escuecen los pies, ahora lo noto. Cruzar esos montes ha sido duro. He de levantarme, ya ha amanecido y debo continuar.

Ayer, cuando llegué, me dijeron que este lugar se llama algo así como Orreaga, siempre pensé que el primer pueblo después de cruzar los montes era Ronzasvals.  Espero ir por el camino correcto, el camino de las estrellas. Espero no haberme equivocado y andar perdido, eso sería terrible.

Aun me quedan muchas jornadas, no puedo demorarme. Llegaré al lugar sagrado y continuaré hasta donde me han dicho que está el final de la Tierra, necesito llegar allí. Necesito quedarme allí.

Me levanto, siento que, desde la cintura hasta mis pies, todo mi cuerpo está como desajustado, han de pasar unos minutos para que todo se recomponga.

“Ánimo, Marzio!” me digo a mi mismo sin mucha convicción.

Recojo mi pobre equipaje, ajusto mi hato, antes he cogido un poco de pan que me sobró de ayer y lo como con tranquilidad.

Salgo de la cabaña y siento el aire frío en mi cara, pero el cielo está despejado, parece que hoy no lloverá. Me acerco al manantial que hay cerca y refresco mi rostro, con la concha que llevo al cinto recojo agua y bebo, es una bendición.

La mujer de mi sueño llevaba una concha parecida a la mía, la portaba en su hato negro, la vi cuando se apartó la capa para buscar algo dentro de su equipaje. ¿Quien diablos podría ser?. Sacudo mi cabeza como para espantar su imagen que me está obsesionando.

Antes de partir me aferro a la cruz de madera que llevo atada al cuello, es un regalo de la que fue mi esposa, ella misma la talló. Su imagen siempre me acompaña igual que su cruz.

Como hago cada día, grabo en mi mente el día en el que me hallo:  Día último del mes cuarto de mil seiscientos doce.

En ese preciso momento otra imagen me paraliza, está ahora claramente en mi cabeza y no puedo creer lo que veo, no puedo creerlo. Otra vez esa mujer del sueño!

Ahora ella está sentada en una roca, de su hato saca algo parecido a un libro y otro objeto, delgado y alargado acabado en punta, no lo reconozco. Abre el libro, tiene también las tapas en color rojo, algunas hojas ya están escritas, sobre una en blanco escribe una sucesión de letras y números: Roncesvalles, 30 de Abril de 2012...

miércoles, 25 de abril de 2012

UNA DE INDIOS Y VAQUEROS

Se llamaba Alfonso... y era un niño de pelo negro, ojos grandes y despiertos y cara de chico listo, tenía seis años y era su novio.

Inseparables, todo el día juntos, jugaban a los mismos juegos... se sentaban en pupitres juntos. Iban al mismo colegio desde hacia tres años y enseguida congeniaron bien...

Él siempre la llevaba de la mano, cada mañana la esperaba en la puerta de aquella escuela, ella subía las escaleras cargando con la cartera de cuero, en cuanto llegaba a su altura él cogía esa cartera con una mano y con la otra se aferraba a la de ella… todo un caballero. Así entraban juntos en clase.

En el recreo, cuando se sentaban al lado de la fuente que había en el jardín, él tocaba su melena, le gustaba, decía que era suave, como un osito de peluche que tenía en su habitación.

Casi siempre jugaban a indios y vaqueros, era su juego preferido. Él se pedía ser el Jefe indio, ella, claro, era su chica... y siempre la salvaba cuando “los vaqueros” la capturaban y estaban a punto de llevársela en una diligencia... siempre la rescataba y, entonces, salían corriendo, cabalgando en aquellos caballos imaginarios, y se escondían bajo las ramas de un sauce llorón que había en una esquina del jardín del colegio y que, ellos decían, era su casa.

Un día, ella vivió un momento muy duro; había nacido su hermano, el tercero de la familia y el primer varón y ella pidió a sus padres que le pusieran de nombre Alfonso pero no hubo forma.

- ¡¡¡¿Alfonso?!!!, ¿qué nombre es ese?, ¿quien de la familia se llama así?... – decía mamá - ¿no ves que se tiene que llamar como papá?

- Pues... ¡¡¡yo quiero que se llame Alfonso como... Alfonso!!! - contestaba con impotencia.

Fue un tremendo disgusto que sus padres no fueron capaces de descifrar jamás...

Y ella, al día siguiente, llegó al colegio hecha un mar de lágrimas que sólo logró calmar gracias a las magdalenas de chocolate que hacía Anne, la cocinera del colegio y a las caricias que Alfonso le hacia a su melena... y siguieron siempre juntos... inseparables, siempre de la mano, incluso cuando hacían gimnasia, con una complicidad inquebrantable, hasta que, a los nueve años, ella se cambió de colegio, su mamá había decidido que había llegado la hora en la que era mejor, para su educación, uno de monjas y sólo de niñas, así que, ella perdió sus referencias, su entorno, su escuela desde los tres años, pero, sobre todo perdió, lo que más le dolía, a Alfonso.

Y ya nadie pudo rescatarla de los vaqueros... que, efectivamente, un día la capturaron y se la llevaron en una diligencia...

Por eso hoy ya no es india, no... De india sólo conserva su pelo largo y oscuro, una mirada y la imagen de aquel niño moreno que fue su Jefe indio.

jueves, 19 de abril de 2012

VERDE

Hoy le han puesto buena dosis de voluntad y de cabeza, parece que todo ha quedado claro: vamos a relajarnos, no tan deprisa... El problema, piensa nada más colgar, es que a ella la cabeza, por sí sola, no le suele funcionar, siempre se deja llevar más por el corazón y... claro, así le va...

Reemprende el viaje de vuelta, realmente hace un día precioso, el cielo esta rabiosamente azul, “madrileñamente” azul, como lo pintó Velázquez. Es verdaderamente maravilloso.

En contraste está el verde, el color de la naturaleza, el verde que va desde el tono claro, brillante, de la hierba fresca, de los brotes nuevos de una planta, de la primavera, del renacer... y ese verde que evoluciona hasta llegar al que ella llama “hoja seca” que es el que predomina ahora, al final del invierno, en este paisaje de monte bajo, de encinas y de pequeñas coníferas, verde hoja, verde militar o caqui, como quieras llamarlo, pero ese verde, otro de sus colores preferidos. Se funde con el pardo amarronado, de los matojos secos, quemados por las pasadas heladas. Todavía hace frío, si, hace frío ahí fuera...

Ahora piensa que si ella aún montase a caballo, le encantaría volver a hacerlo en este momento; volver a montar a Ébano, aquel que montó la última vez, aquel que se asustó por que oyó ruidos extraños y la tiró. Ébano, noble, alto, estilizado, negro como su nombre... pero se asustó y se la quitó de encima. Resultado: dos costillas rotas, pero lo peor no fue eso, lo peor fue que en ese momento no volvió a subir, no volvió a montarlo y, ya se sabe, si no lo haces en el momento, si no espantas el miedo en el momento, no lo vuelves a hacer.

Pero sí, hoy volvería a montar a Ébano, y pasearía por esos campos, entre encinas y retamas ahora pardas, casi grises. Le gustaría abrigarse bien pero dejar la cara al descubierto y que el aire frío le diera en ella, es perfecta esa sensación. ¡Cómo le gustaría sentir eso...!
Acariciar la cabeza del animal y decirle: “Fíjate Ébano, es bonito todo esto ¿verdad? Y, además, hay silencio, no hay ruidos, ruidos que puedan asustarte, ¿no te vas a asustar verdad?, no hoy no, no hay ruido Ébano, hoy no hay ruido...”

Disfruta así, conduciendo por estas carreteras, sin rumbo fijo. Puede aparecer en el pueblo que sea, ni idea, nada premeditado... La música alta, altísima, “si un día te para la Guardia Civil, te enteras, ese día te enteras...”, piensa. Suele poner algo de ópera, sobre todo Turandot, hoy no, hoy lleva la canción que le regaló él y otras cuantas más que la están acompañando últimamente, esa especie de banda sonora original de esta historia que van construyendo día a día. Podría recorrerse kilómetros y kilómetros así, pero tiene que regresar, volver a su realidad.

Sigue, no obstante, sumergida en el verde, ¿cuántas tonalidades de verdes pueden existir?, es imposible saberlo, la naturaleza, dueña de este color, es caprichosa y a cada momento le da un toque diferente, a cada momento...

Sí, a cada momento, la vida, como la naturaleza y como el color verde, cambia, y nadie ni nada puede ni podrá controlarlo, nada... Por mucha voluntad y por mucha cabeza que le pongamos, al final resulta imposible, eso lo sabe ella, eso lo sabe él, eso lo sabe todo el mundo...
Pero es cierto que, al menos, tristes y pequeños humanos nos esforzaremos por intentarlo, nos esforzaremos por nadar, por mantenernos a flote, por mantener nuestros ojos en la orilla, allá a lo lejos, nuestra referencia. Tal vez lo consigamos, tal vez sepamos conjugarlo todo lo suficientemente bien como para, al menos, no ahogarnos y quedar en tablas con la vida.

Horizonte en verde
Técnica mixta sobre lienzo
Marian G.B.

miércoles, 22 de febrero de 2012

MIENTRAS DUERMES

Le apartó con el dedo índice, suavemente, un mechón de pelo que le caía en la cara, ella arrugó un poco la nariz, pero no se despertó, dormía profundamente. De medio lado, sobre el costado izquierdo con esa mano debajo de la cara y el brazo derecho abrazando la almohada, como siempre.

Él se había sentado a su lado, cerca de ella, muy cerca, sin hacer ruido, casi le llegaba su aliento.

No hacía nada, salvo ese pequeño gesto de apartarle el pelo que le tapaba parte de la cara, no hizo nada más, sólo observarla y así pasó mucho tiempo...

Yo, a la vez, les miraba desde un rincón, como hago casi siempre… Desde hace días suelen encontrarse, yo sólo soy testigo, a ella la conozco desde siempre, para mi tiene ya pocos misterios, tal vez algún pequeño sobresalto que a ella misma le sorprende de tanto en tanto. Ella es como es y según sus propias palabras a estas alturas no va a cambiar, la tomas o la dejas…

¿Y él? Aparenta ser todo lo contrario. Para mi, sigue siendo un misterio, un enigma, tal vez para ella también, aunque no lo exprese. Pero sé que se interesó por él  desde el primer día y pese a mis consejos se empeñó en averiguar que había detrás de esa fachada tan fría que mostraba, siempre me dice que al final mereció la pena y que si hubiera hecho caso de mis palabras se hubiera perdido un tesoro… “Nunca juzgues nada por su aspecto exterior, eso sólo es una piel, nada más, un envoltorio...”



GRACIAS POR ESTAR AHÍ...

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...