Hoy le han puesto buena dosis de voluntad y de cabeza, parece que todo ha quedado claro: vamos a relajarnos, no tan deprisa... El problema, piensa nada más colgar, es que a ella la cabeza, por sí sola, no le suele funcionar, siempre se deja llevar más por el corazón y... claro, así le va...
Reemprende el viaje de vuelta, realmente hace un día precioso, el cielo esta rabiosamente azul, “madrileñamente” azul, como lo pintó Velázquez. Es verdaderamente maravilloso.
En contraste está el verde, el color de la naturaleza, el verde que va desde el tono claro, brillante, de la hierba fresca, de los brotes nuevos de una planta, de la primavera, del renacer... y ese verde que evoluciona hasta llegar al que ella llama “hoja seca” que es el que predomina ahora, al final del invierno, en este paisaje de monte bajo, de encinas y de pequeñas coníferas, verde hoja, verde militar o caqui, como quieras llamarlo, pero ese verde, otro de sus colores preferidos. Se funde con el pardo amarronado, de los matojos secos, quemados por las pasadas heladas. Todavía hace frío, si, hace frío ahí fuera...
Ahora piensa que si ella aún montase a caballo, le encantaría volver a hacerlo en este momento; volver a montar a Ébano, aquel que montó la última vez, aquel que se asustó por que oyó ruidos extraños y la tiró. Ébano, noble, alto, estilizado, negro como su nombre... pero se asustó y se la quitó de encima. Resultado: dos costillas rotas, pero lo peor no fue eso, lo peor fue que en ese momento no volvió a subir, no volvió a montarlo y, ya se sabe, si no lo haces en el momento, si no espantas el miedo en el momento, no lo vuelves a hacer.
Pero sí, hoy volvería a montar a Ébano, y pasearía por esos campos, entre encinas y retamas ahora pardas, casi grises. Le gustaría abrigarse bien pero dejar la cara al descubierto y que el aire frío le diera en ella, es perfecta esa sensación. ¡Cómo le gustaría sentir eso...!
Acariciar la cabeza del animal y decirle: “Fíjate Ébano, es bonito todo esto ¿verdad? Y, además, hay silencio, no hay ruidos, ruidos que puedan asustarte, ¿no te vas a asustar verdad?, no hoy no, no hay ruido Ébano, hoy no hay ruido...”
Disfruta así, conduciendo por estas carreteras, sin rumbo fijo. Puede aparecer en el pueblo que sea, ni idea, nada premeditado... La música alta, altísima, “si un día te para la Guardia Civil, te enteras, ese día te enteras...”, piensa. Suele poner algo de ópera, sobre todo Turandot, hoy no, hoy lleva la canción que le regaló él y otras cuantas más que la están acompañando últimamente, esa especie de banda sonora original de esta historia que van construyendo día a día. Podría recorrerse kilómetros y kilómetros así, pero tiene que regresar, volver a su realidad.
Sigue, no obstante, sumergida en el verde, ¿cuántas tonalidades de verdes pueden existir?, es imposible saberlo, la naturaleza, dueña de este color, es caprichosa y a cada momento le da un toque diferente, a cada momento...
Sí, a cada momento, la vida, como la naturaleza y como el color verde, cambia, y nadie ni nada puede ni podrá controlarlo, nada... Por mucha voluntad y por mucha cabeza que le pongamos, al final resulta imposible, eso lo sabe ella, eso lo sabe él, eso lo sabe todo el mundo...
Pero es cierto que, al menos, tristes y pequeños humanos nos esforzaremos por intentarlo, nos esforzaremos por nadar, por mantenernos a flote, por mantener nuestros ojos en la orilla, allá a lo lejos, nuestra referencia. Tal vez lo consigamos, tal vez sepamos conjugarlo todo lo suficientemente bien como para, al menos, no ahogarnos y quedar en tablas con la vida.
Horizonte en verde Técnica mixta sobre lienzo Marian G.B. |
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