- ¿Sabes? Hoy hemos disfrutado de una tarde, como lo diría yo, ¿anaranjada?... Si, tal vez sea el color adecuado para la tarde de este día que empezó un poco marrón… - me lo cuenta sonriendo y con el sonido futbolero de la radio de fondo - ¿Crees que le apetecerá que siga con este rollo de los colores?, tal vez le parezca una tontería…
- Yo creo que no le importará, más bien al contrario, al hablar de los colores, en cierto modo, hablas de ti, y, al parecer, le gusta.
Me miró sonriendo, asintió, se sentó delante del escritorio y se puso a teclear.
“El color naranja es, junto con el rojo, mi preferido, cuando te hablé del azul, tu color, te dije que eran complementarios, ¿curioso no?
Te lo voy a intentar explicar y espero no hacerme pesada: hay tres colores primarios el rojo, el amarillo y el azul… de la mezcla de estos colores surgen los secundarios que son el naranja (rojo con amarillo), el verde (amarillo con azul) y el violeta (azul con rojo). Por tanto, si tomamos el azul, el color resultante de los otros dos primarios (el rojo y el amarillo) es su complementario. ¿Me he explicado?
Bueno, tampoco tiene mucha importancia, pero me resulta curioso, como que al mezclar mi rojo y tu azul salga el morado de tu corbata.
El naranja es un color muy cálido, estimulante, en decoración se recomienda utilizarlo en las zonas de estar porque favorece la conversación y el sentido del humor…”
Deja de escribir, recuerda la tarde cálida que han pasado, se ha sentido tan bien a su lado, escuchando la misma música, oyéndole hablar, reír, silbar,… es fantástico, estimulante, acogedor, da “calorcito” como el anaranjado.
“Cuando, en verano, me siento en la arena de la playa, al caer la tarde, a solas, me gusta mirar “la raya del final”, el horizonte y ver ese sol naranja rojizo que tiñe el cielo de ese mismo color, de nuevo el azul del cielo y del mar rodeando al naranja. Me parece que Dios no ha podido crear algo más hermoso que eso.
Lo miro atentamente, aprovecho para relajarme, para escuchar el mar, no hay mucha gente a esas horas y la que hay no mete ruido. Respiro profundo y es, créeme, uno de los momentos más mágicos y más placenteros que puedo vivir.
Para descansar la vista me suelo tumbar en la arena boca arriba y cierro los ojos y rememoro lo visto, lo vuelvo a dibujar en la mente; el contacto de la arena, tan fina, me gusta y no me importa que se me mezcle con el pelo, ¡qué más da! ¿hay algo mejor que esa sensación?
Me incorporo un poco, me apoyo sobre los codos y vuelvo a mirar al fondo, a lo lejos, el sol es ya sólo media circunferencia, y el naranja se intensifica. Suelo recordar otro atardecer que viví hace mucho tiempo sentada, en buena compañía, en un banco de los Jardines del Templo de Debod, también cálido, también bonito, también inolvidable…
El sol apenas se ve ya, ahora es toda una línea anaranjada lo que divide el cielo y el mar que ya son casi del mismo azul oscuro. Y siempre pienso lo mismo, esa visión invita al abrazo, a cogerse de la mano, a escuchar música suave, a bailar, a tomar un ron añejo, a charlar, a volverse a abrazar, a besar y a vivir el momento más cálido, más estimulante y más naranja que puedas…”
Deja de escribir, se ha hecho tarde, tiene algo de sueño y quiere irse a dormir, quiere cerrar los ojos y, como en la playa, rememorar y redibujar momentos naranjas.
Mi playa Fotografía Marian G.B. |