miércoles, 6 de junio de 2012

LLUEVE SOBRE MOJADO...

Apuró el último sorbo, casi todo eran los restos de hielo con esas hojitas de menta. Miró a su alrededor, ese bar. Aquél entorno, aunque inhóspito al principio, poco a poco, se había ido convirtiendo, si no en el mejor lugar del mundo, sí, al menos, en un lugar con cierto calor, pero, sobre todo, un lugar, donde a veces, sucedía algo de magia. Pagó al camarero, le saludó con una sonrisa y se dispuso a salir.

A ella no le gusta la lluvia y jamás lleva paraguas, es como si se tratase de un acto de rebeldía ante este hecho.

Aquel día ya chispeaba en su corazón, digamos que era una de esas jornadas de nubes y claros, haciendo que, a veces, viera todo perfecto y otras tantas todo negro. Empezó a llover también por fuera, las nubes se fueron cargando y haciendo grises y, de repente, unas gotas enormes empezaron a caer sin piedad. Puso un gesto de contrariedad, no obstante salió a la calle, se paró y observó a su alrededor, le fascinaba esa escena de comienzo de lluvia: la gente por la calle, atolondrada y precipitadamente, se movía con actitudes casi cómicas... “A estos tampoco les gusta mucho mojarse” pensó esbozando una sonrisa. Se subió el cuello de la cazadora de cuero, como si eso pudiera protegerla de la lluvia, se echó el bolso hacia delante y cruzo los brazos como abrazándose y comenzó a caminar, sin correr.

Cuando llegó al portal se sacudió el exceso de agua de la ropa y del pelo, estaba empapada.

Miró el buzón... Nada. Ella nunca tenía correo, nada que le interesara al menos. Subió las escaleras según su costumbre, de dos en dos, y entro en su estudio.

Hacía calor allí o, tal vez, ella lo sintió por puro contraste con el exterior. Se quitó las botas, dejó el bolso y la cazadora, empapados, encima del mostrador de la cocina y puso agua a calentar, cogió una bolsita de té de Bergamota, ese sobrecito amarillo, y lo puso en una taza de loza blanca junto con dos sacarinas, mientras hervía el agua, se dirigió al baño. Ya no volvería a salir y no esperaba a nadie, no había prisa... Se miró al espejo, el pelo mojado se le pegaba a mechones en la cara, una pequeña marca de rimel le bajaba por el extremo exterior del ojo derecho.

“¡Vaya aspecto!” se dijo para si. Cogió un pañuelo de papel y se secó la cara aprovechando para arreglarse un poco los desperfectos del maquillaje, aunque ya poco importaba... “Así, mejor”

Se fue quitando la ropa poco a poco. Se puso una toalla grande alrededor y salió, de nuevo, al salón, se aseguró de que la puerta estaba bien cerrada y puso la música un poco alta, fue a la pequeña cocina echó el agua caliente en la taza y dio la vuelta al reloj de arena; tres minutos de infusión, nada más... Mientras pasaba el tiempo quedó como hipnotizada moviendo la bolsita dentro de la taza y mirando fijamente como la arena caía, despacio, por el cuello del reloj. Cuando el último grano de arena cayó, ella pareció despertar de una especie de sueño, sacó la bolsa de té, cogió la taza con las dos manos, sintió un escalofrío...

Volvió al baño, abrió el grifo de agua caliente y se metió en la ducha, era lo único que quería hacer ahora: sentir el agua templada desde la cabeza hasta los pies. Elevó un poco la temperatura y la dejó caer por su espalda desde la nuca, así durante un buen rato... Normalmente se duchaba con agua casi fría, pero ese día estaba destemplada por fuera, pero también por dentro.

Después de enjabonarse hizo algo que solía hacer a menudo: se situaba justo debajo del chorro de agua, que sentía caer sobre su cabeza, dejaba los brazos caídos a lo largo del cuerpo con las palmas de las manos hacía delante (una postura de meditación, de pié) e intentaba visualizar como si el agua fuera de color morado y como si eso la cargara de energía. Estuvo así unos minutos, hasta que empezó a sentir demasiado calor, poco a poco bajó la temperatura hasta que la sintió fría, muy fría. Eso le gustaba, se sentía viva, tonificada.

Al cabo de un rato cerró el grifo y salió de la ducha, se puso el albornoz que colgaba en un toallero térmico, por tanto lo sintió calentito. Era una sensación agradable, se rodeó una toalla en la cabeza, cogió la taza de té que ahora estaba templado y salió de nuevo al salón, se acercó al escritorio y encendió el ordenador.

Bebió a pequeños sorbos mientras arrancaba el programa, se inclinó sobre el teclado y escribió en mayúsculas: "LLUEVE SOBRE MOJADO..." Pero no se sentó, inspiró, le gustaba el aroma a bergamota, era como oler su colonia. Se vestiría con ropa cómoda, luego volvería y se sentaría a escribir...

10 comentarios:

Gracias por dejar tu comentario, siempre me dibuja una sonrisa


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