jueves, 17 de mayo de 2012

BARES, QUÉ LUGARES...

¿La ves? Está al final de la barra, sentada en el taburete, vestida a su estilo: vaqueros, camiseta blanca de algodón y una chaqueta fina de ante color tostado, lleva el pelo recogido en una especie de moño sujeto con una sola pinza y le caen algunos mechones desordenados. El camarero se le acerca con cierto aire paternal, le dice algo, ella sonríe y asiente; al cabo de un rato le trae un vaso grande de esos que se usan para la sidra, lleno de hielos con una hoja de menta en su interior (recuerdo perfectamente el día en que ella le comentó, sin darle importancia, lo refrescante que resultaba introducir una hojita de menta dentro del agua de los hielos, y a los pocos días el camarero la sorprendió con esos cubitos y guiñándole un ojo le dijo: “no se lo diga a nadie ¿eh?, esto es sólo para clientes especiales”), le pone un poco de ginebra, no mucha, una tónica y dos finas rodajas de limón.

Sé lo que está pensando: “Este tipo prepara los gin-tonics como nadie”. Ahora busca en su bolso y saca una pequeña libreta moleskine, un bolígrafo negro y el teléfono móvil y lo deja en la barra. Da un primer sorbo, está frío, muy frío, como a ella le gusta, mira a su alrededor hay poca gente a esas horas, aún es pronto… su mirada continúa vagando hasta llegar al otro extremo de la barra; él todavía no ha llegado. Hace ya algunos días que coinciden prácticamente a la misma hora, “estará a punto de llegar ¿no?” se pregunta a si misma. Se quita la chaqueta y la deja sobre el bolso en el taburete de al lado, coge el bolígrafo, abre la libreta y anota algo, apenas unas líneas.

Se abre la puerta y entra él, mira a distraídamente a todos los lados pero rápidamente a su derecha y la ve, por la espalda, pero la reconoce, sin embargo y pese a lo que pudiera parecer por la intención de su mirada no va a su lado, todo lo contrario, se dirige justo al último taburete, al extremo opuesto de la barra, el camarero se acerca, le saluda y él pide una Coca-cola, se sienta, saca un paquete de tabaco y un encendedor y mira de soslayo a su derecha, la ve escribir en una pequeña libreta, no es la primera vez que observa esa escena. Coge un cigarro y lo enciende, justo en ese momento ella levanta la vista y mira a la izquierda… ha llegado, cruzan rápidamente las miradas, tal vez una pequeña chispa de alegría, pero nada notorio.

Desde ese momento la historia es como casi todas las tardes, ella con el gesto distraído pasa el dedo por el borde del vaso, él fuma de vez en cuando, lentamente, un poco más descarado la mira a través del humo, ella da pequeños sorbos a su bebida y sólo de tanto en tanto gira la vista hacia la izquierda y así, como cada tarde y de forma silenciosa intercambian miradas. Ella ha pensado alguna vez en acercarse, cualquier excusa, para romper el hielo, para ver un poco más cerca esa mirada, su mirada… Un simple: “¿Tiene fuego?”. Sonríe, sus ojos de nuevo se posan sobre el vaso y mueve la cabeza negando. El problema es que no tiene tabaco, ni siquiera es fumadora habitual. Pero ahora también sé lo que piensa: “Me muero por un cigarrillo”.

Sólo quedan los hielos en el vaso, las hojas de menta se van quedando desnudas, los agita un poco y apura lo que queda que, efectivamente, tiene un toque refrescante. Recoge el móvil, la libreta y el bolígrafo y lo mete en el bolso, baja del taburete, se pone la chaqueta, mientras, en el bar está empezando a sonar “Fly me to the moon” en la voz de Sinatra, coge el bolso, sonríe al camarero sin nombre y va despacio hacia la puerta, cuando va a salir gira ligeramente la cabeza hacia la derecha, hacia “aquel” lado de la barra y en su mente sólo una frase, casi una plegaria: Llévame a la luna…


12 comentarios:

Gracias por dejar tu comentario, siempre me dibuja una sonrisa


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