jueves, 24 de mayo de 2012

MALENA

Ha recordado en varias ocasiones las últimas conversaciones que ha tenido con él, y por eso su rostro, o más bien, su gesto se torna a veces sombrío y otras alegre, alternativamente.

Se rodea de sombras cuando recuerda sus miedos, sus inseguridades, su situación actual inestable y desconcertante que impiden que pueda disfrutar el momento, tal y como ella misma se había propuesto, y empieza a enredar la madeja de una forma absolutamente irracional.

Pero, sin embargo, cuando recuerda las conversaciones distendidas, relajadas y cómplices que mantienen en ciertas ocasiones, sonríe y todo le parece delicioso como una onza de chocolate...

Ayer recordó, por ejemplo, uno de esos diálogos que en ocasiones mantienen y que pueden resultar un poco delirantes pero que, en el fondo, le apasionan y, sobre todo, le hacen reír como una niña pequeña.

Estas charlas le resultan además tremendamente atractivas y estimulantes aunque, desgraciadamente, ella no sepa siempre secundarlas, le puede la timidez y el miedo a equivocarse, bueno eso y que, como ya le ha dicho en alguna ocasión: “Usted sabe que no soy nada explícita...”. Aun cuando a ella le encantaría.

Se deja llevar por estos recuerdos y trenzando pensamientos llega a rememorar un pequeño relato que escribió hace bastante tiempo, mucho tiempo. Piensa también que hace bastantes días que no le deja nada en el buzón y que ya le apetece enviarle algo y, quien sabe, quizás a él también le guste recibirlo y leerlo. ¿Qué tal ese pequeño relato?

No se acuerda muy bien, tendría que buscarlo... ¿dónde estará?. Recuerda que  empezaba más o menos así: “A Malena le gusta hacer el amor porque supone una forma completa de comunicación entre personas...”. Lo escribió en voz masculina, hablaba el amante de Malena. Recuerda también que la protagonista de su historia tenía, como ella misma, esa cosa llamada sinestesia que le hacía “oír el color de su voz”.

Se levanta y empieza a rebuscar entre sus cosas, sus cajas, carpetas y lugares olvidados donde casi nunca mira ya. Encuentra unos disquetes de aquellos pequeños que ya no se utilizan, coge uno con etiqueta roja en la que pone “Relatos breves”, sonríe con cierta decepción. Su portátil ni siquiera tiene disquetera. ¡Benditos manuscritos! Piensa que es posible que lo tenga impreso, recuerda una pequeña carpeta donde solía guardar algunos cuentos que escribía, la mayoría de no más de uno o a lo sumo dos folios. A veces esconde tanto sus “secretos” que no los encuentra ni ella misma. Al final lo ve,  algo amarillento el papel, se nota que tiene unos cuantos años. Lo lee y se dice así misma que muchas de las cosas que entonces escribió, seguramente y curiosamente las volvería a escribir hoy mismo, de nuevo, precisamente ahora.

“A Malena le gusta hacer el amor y a mí me gusta Malena...

... a ella le gusta porque piensa y dice que es una forma de comunicación entre personas bellísima, intensa y completa. Sobre todo completa, porque se sirve de todos los sentidos que disfruta el ser humano: La vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto...

... aunque desgraciadamente muchas personas se empeñen sólo en disfrutar de dos o, a lo sumo tres de los sentidos convirtiéndolo en un rutinario acto sexual, puramente animal...

... Ella no sólo disfruta con los cinco sentidos sino con la interacción de los mismos y con las combinaciones entre ellos, mezclando las sensaciones que percibe desde que se acerca a mí, desde el primer instante, desde esa primera mirada, entornada, como queriendo calibrarme...

... así, Malena, además de recorrer mi cuerpo con sus ojos, de saborear mis besos o recibir mis caricias, también puede oler los suspiros, nuestras respiraciones, puede tocar el aroma del deseo...

... y ver la suavidad de nuestro contacto, de las caricias mutuas... esa es la ventaja, su ventaja y mi ventaja, la ventaja que disfrutan nuestros cuerpos...

... Por eso a Malena le gusta hacerme el amor, por eso a mí me gusta Malena”

jueves, 17 de mayo de 2012

BARES, QUÉ LUGARES...

¿La ves? Está al final de la barra, sentada en el taburete, vestida a su estilo: vaqueros, camiseta blanca de algodón y una chaqueta fina de ante color tostado, lleva el pelo recogido en una especie de moño sujeto con una sola pinza y le caen algunos mechones desordenados. El camarero se le acerca con cierto aire paternal, le dice algo, ella sonríe y asiente; al cabo de un rato le trae un vaso grande de esos que se usan para la sidra, lleno de hielos con una hoja de menta en su interior (recuerdo perfectamente el día en que ella le comentó, sin darle importancia, lo refrescante que resultaba introducir una hojita de menta dentro del agua de los hielos, y a los pocos días el camarero la sorprendió con esos cubitos y guiñándole un ojo le dijo: “no se lo diga a nadie ¿eh?, esto es sólo para clientes especiales”), le pone un poco de ginebra, no mucha, una tónica y dos finas rodajas de limón.

Sé lo que está pensando: “Este tipo prepara los gin-tonics como nadie”. Ahora busca en su bolso y saca una pequeña libreta moleskine, un bolígrafo negro y el teléfono móvil y lo deja en la barra. Da un primer sorbo, está frío, muy frío, como a ella le gusta, mira a su alrededor hay poca gente a esas horas, aún es pronto… su mirada continúa vagando hasta llegar al otro extremo de la barra; él todavía no ha llegado. Hace ya algunos días que coinciden prácticamente a la misma hora, “estará a punto de llegar ¿no?” se pregunta a si misma. Se quita la chaqueta y la deja sobre el bolso en el taburete de al lado, coge el bolígrafo, abre la libreta y anota algo, apenas unas líneas.

Se abre la puerta y entra él, mira a distraídamente a todos los lados pero rápidamente a su derecha y la ve, por la espalda, pero la reconoce, sin embargo y pese a lo que pudiera parecer por la intención de su mirada no va a su lado, todo lo contrario, se dirige justo al último taburete, al extremo opuesto de la barra, el camarero se acerca, le saluda y él pide una Coca-cola, se sienta, saca un paquete de tabaco y un encendedor y mira de soslayo a su derecha, la ve escribir en una pequeña libreta, no es la primera vez que observa esa escena. Coge un cigarro y lo enciende, justo en ese momento ella levanta la vista y mira a la izquierda… ha llegado, cruzan rápidamente las miradas, tal vez una pequeña chispa de alegría, pero nada notorio.

Desde ese momento la historia es como casi todas las tardes, ella con el gesto distraído pasa el dedo por el borde del vaso, él fuma de vez en cuando, lentamente, un poco más descarado la mira a través del humo, ella da pequeños sorbos a su bebida y sólo de tanto en tanto gira la vista hacia la izquierda y así, como cada tarde y de forma silenciosa intercambian miradas. Ella ha pensado alguna vez en acercarse, cualquier excusa, para romper el hielo, para ver un poco más cerca esa mirada, su mirada… Un simple: “¿Tiene fuego?”. Sonríe, sus ojos de nuevo se posan sobre el vaso y mueve la cabeza negando. El problema es que no tiene tabaco, ni siquiera es fumadora habitual. Pero ahora también sé lo que piensa: “Me muero por un cigarrillo”.

Sólo quedan los hielos en el vaso, las hojas de menta se van quedando desnudas, los agita un poco y apura lo que queda que, efectivamente, tiene un toque refrescante. Recoge el móvil, la libreta y el bolígrafo y lo mete en el bolso, baja del taburete, se pone la chaqueta, mientras, en el bar está empezando a sonar “Fly me to the moon” en la voz de Sinatra, coge el bolso, sonríe al camarero sin nombre y va despacio hacia la puerta, cuando va a salir gira ligeramente la cabeza hacia la derecha, hacia “aquel” lado de la barra y en su mente sólo una frase, casi una plegaria: Llévame a la luna…


jueves, 10 de mayo de 2012

LA MELANCOLÍA SE VESTIRÍA DE GRIS

Esta semana pasada ha tenido varios días en los que ha sentido una melancolía difícil de explicar, ella misma me ha dicho que no tenía grandes motivos, pero, es cierto que, en ocasiones le ocurre.

- Oye..., contéstame a una cosa ¿si la melancolía fuese una persona, de qué color  se vestiría? – me preguntó como distraída.

- No tengo ni la más remota idea, no me lo había planteado nunca, sinceramente - yo estaba parapetada detrás de un libro y la miré algo perpleja

- Pues yo creo que se vestiría de gris – me lo dijo mientras se envolvía en su amplia chaqueta de lana precisamente de ese color y se queda mirando fijamente el tejido.

- ¿Por eso te has puesto esa vieja chaqueta?

- Estoy un poco destemplada, de todas formas es tan confortable… Me gusta, ya lo sabes

En ese momento salió como de un ensueño y con una voz diferente, más ronca, me dijo:

- Bueno… voy a escribir algo. Algo en gris.

La contemplé mientras se dirigía al escritorio y se preparaba para hacerlo...

“Hoy estoy un poco gris ¿sabes?, un poco gris. ¡Que color! ¿No? 

Resulta de mezclar el negro, de la tinta china que, a veces, llena mi cabeza y el blanco de está página a la que me cuesta tanto enfrentarme…

No creas que es un color que le gusta a mucha gente, ocurre como con el marrón, no tiene muy buena prensa, se habla de días grises cuando son feos, tristes, cuando hace mal tiempo; también se habla de una persona gris cuando nos referimos a una persona mediocre, que puede pasar desapercibida, que lleva una vida sin emociones…

Yo, voy a intentar hacer una defensa del gris, por llevar la contraria, ya sabes…”

Se volvió a abrazar a si misma rodeándose con la vieja chaqueta de punto, le queda enorme, le da casi dos vueltas a su cuerpo… Pero se nota que le resulta confortable, parece tan suave… No he podido regresar a mi lectura, me gusta observarla cuando escribe.

“Mira, si quieres realmente, observar el valor del gris puedes hacer dos cosas: una, relativamente sencilla, coger una fotografía antigua, de las que llamamos en blanco y negro y mirarla a fondo, si la contemplas atentamente acabas viendo tantos, tantísimos matices que podrías perfectamente describir cada detalle de la fotografía, incluso, podrías decir qué colores son los que se esconden detrás de tantos grises, es así, es la capacidad que tenemos los seres humanos de llevar a nuestra vida a color todo aquello que, en principio, es gris.

Otra opción, que nos hace más difícil caer en la “tentación” de traducir a colores, es intentar hacer un dibujo tomando un lapicero negro, de grafito, o bien, un carboncillo y un papel blanco. Dibujar algo e intentar dar todo tipo de matices, luces y sombras, sacar volumen.

Te puedo asegurar que es difícil, he hecho unos cuantos, sobre todo en mis primeros años en la Escuela de arte, hacer dibujos de estatuas o, del natural, cuando llegaban aquellos modelos, muchachos y muchachas que, para ganarse un dinero, venían y posaban para nosotros, con aquellas posturas a veces naturales y, en ocasiones, de escorzos imposibles. Y los alumnos intentando reflejar en un papel blanco y con un simple carboncillo, cada movimiento, cada gesto, cada pliegue de la piel, cada volumen de cada músculo, cada brillo que los focos reflejaban en el pelo de los modelos y todo eso con la gama inmensa de grises que puede conseguirse tan sólo con esos dos instrumentos… ¿No parece increíble? ¿Sabes lo que supone sacar un brillo en el ojo de alguien para dar significado a una mirada? ¿Resaltar un pómulo, hacer viva una sonrisa, dar volumen a un gemelo o a un bíceps, a un pecho, a un glúteo,…? Pues te aseguro que aquellos que lo saben hacer lo consiguen, yo he tenido compañeros que eran auténticos maestros y lo hacían posible, de verdad, lo hacían posible y solo con eso: una escala infinita de grises.

El gris, realmente, es un color muy valioso y, si fuéramos capaces de verlo de este modo, dejaríamos de llamar grises a los días y a las personas que no nos gustan o que no nos resultan atractivos…”

Me lo dio a leer y, después, le pregunté que por qué me había dicho que la melancolía se vestía de gris. Lo que me contestó, me sorprendió, no me lo esperaba:

- La melancolía, amiga, tiene muchos matices, pasa por muchos estados de ánimo, puede estar provocada por muchos motivos o por ninguno en concreto, pero, la melancolía no es ni estrictamente triste, ni anodina, ni siquiera está exenta de emociones, mas bien al contrario… por eso pienso que se vestiría de gris porque este color es muy rico en tonalidades y en grados, como la melancolía, igual que ella…


Horizonte en gris
Técnica mixta sobre lienzo
Marian G.B.


viernes, 4 de mayo de 2012

UN SUEÑO EN EL CAMINO

Aun tengo los ojos cerrados pero siento que algo de luz entra ya por una rendija del techado de la cabaña, hace unos minutos, los primeros ruidos del amanecer de la naturaleza, me han despertado, sin embargo, me resisto a levantarme.

Intento rescatar un extraño sueño que me ha inquietado toda la noche: Una mujer caminaba bajo una fuerte lluvia, llevaba un manto rojo, el rostro estaba mojado y un mechón de pelo oscuro se mantenía pegado a él.

Me revuelvo en mi jergón, la paja está húmeda, tengo los huesos entumecidos, los pies se mantienen envueltos en los trapos empapados en la mezcla que me preparó Aldo antes de salir de viaje, mi viaje definitivo.

La imagen de esa mujer de capa roja no me abandona, hay algo en su imagen que ella me indica que no es de este mundo, al menos no del mundo que yo he conocido. Su capa es brillante y el agua resbala por ella, no le cala, imagino pues, que ella no siente la humedad comiendole los huesos o, tal vez, sí... No lleva ni sandalias ni escarpines como los míos, lleva los pies cubiertos con algo que no reconozco, también de color rojo. Definitivamente no es de este mundo, no es de este tiempo.

Me escuecen los pies, ahora lo noto. Cruzar esos montes ha sido duro. He de levantarme, ya ha amanecido y debo continuar.

Ayer, cuando llegué, me dijeron que este lugar se llama algo así como Orreaga, siempre pensé que el primer pueblo después de cruzar los montes era Ronzasvals.  Espero ir por el camino correcto, el camino de las estrellas. Espero no haberme equivocado y andar perdido, eso sería terrible.

Aun me quedan muchas jornadas, no puedo demorarme. Llegaré al lugar sagrado y continuaré hasta donde me han dicho que está el final de la Tierra, necesito llegar allí. Necesito quedarme allí.

Me levanto, siento que, desde la cintura hasta mis pies, todo mi cuerpo está como desajustado, han de pasar unos minutos para que todo se recomponga.

“Ánimo, Marzio!” me digo a mi mismo sin mucha convicción.

Recojo mi pobre equipaje, ajusto mi hato, antes he cogido un poco de pan que me sobró de ayer y lo como con tranquilidad.

Salgo de la cabaña y siento el aire frío en mi cara, pero el cielo está despejado, parece que hoy no lloverá. Me acerco al manantial que hay cerca y refresco mi rostro, con la concha que llevo al cinto recojo agua y bebo, es una bendición.

La mujer de mi sueño llevaba una concha parecida a la mía, la portaba en su hato negro, la vi cuando se apartó la capa para buscar algo dentro de su equipaje. ¿Quien diablos podría ser?. Sacudo mi cabeza como para espantar su imagen que me está obsesionando.

Antes de partir me aferro a la cruz de madera que llevo atada al cuello, es un regalo de la que fue mi esposa, ella misma la talló. Su imagen siempre me acompaña igual que su cruz.

Como hago cada día, grabo en mi mente el día en el que me hallo:  Día último del mes cuarto de mil seiscientos doce.

En ese preciso momento otra imagen me paraliza, está ahora claramente en mi cabeza y no puedo creer lo que veo, no puedo creerlo. Otra vez esa mujer del sueño!

Ahora ella está sentada en una roca, de su hato saca algo parecido a un libro y otro objeto, delgado y alargado acabado en punta, no lo reconozco. Abre el libro, tiene también las tapas en color rojo, algunas hojas ya están escritas, sobre una en blanco escribe una sucesión de letras y números: Roncesvalles, 30 de Abril de 2012...


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